martes, 6 de marzo de 2007

FIFA 2007, PARCHES Y AUDIO ESPAÑOL

Haciendo una copia de seguridad

Para todos quienes han adquirido el Fifa 2007 en DVD original y que no quieren que el disco se les dañe debido al uso constante, quizas deseen hacer una copia de seguridad para jugar con ella y así guardar el original para futuras copias ya que muy barato no es. O si no lo han comprado aún tal vez quieran bajar una copia desde Internet para probarlo y después ir a una tienda a matricularse.

Hay muchos que han tenido problemas para activar correctamente esa copia de seguridad. Aqui esta la manera de hacerlo.

Bajar del Ares el archivo comprimido en rar FIFA 2007 crack, parches, audio español by Paloteverde.

Pasos a seguir:

1.- Se instala el Fifa 2007 completo en el disco duro ya sea con el DVD original o una copia.
2.- Cuando la instalacion pida el serial hacer click en el Generador de serial Fifa 2007 Keygen que lo creará y lo copiará automaticamente.
3.- El Fifa 2007 se instala por defecto en C:/Archivos de Programa/EASPORTS/FIFA 07. Copiar en esa carpeta el parche que lo actualizara con 192 jugadores más y otras perfomances. Usen el parche español solo si el Fifa 2007 está en DVD original. Si es un DVD copiado usar el parche alternativo.
4.- Llevar el crack no DVD (fifa07.exe) y copiarlo en la carpeta señalada anteriormente, si pregunta si desea sobresecribir el archivo existente contestar que SI. Ahora cuando el Fifa se inicie no nos pedirá insertar el DVD.
5.- Pero aun nuestro Fifa está en Inglés. Entonces hagamos que se lea en español. Para eso debes copiar el archivo eng.db en la carpeta ... data/cmn/fe sobrescribiendo el archivo alli existente.
6.- Agreguemos ahora el audio en español con los fantasticos relatos de los legendarios Manolo y Paco. Simplemente copia el archivo dat_eng.big en la carpeta ...data/audio sobrescribiendo el alli existente.

Ahora dale y disfruta tu Fifa 2007 que está realmente genial.

Aporte de palote.verde@hotmail.com

EL CORDELITO - GUY DE MAUPASSANT

EL CORDELITO
Guy de Maupassant


Por todos los caminos en torno de Goderville, los campesinos y sus mujeres venían hacia el pue­blo. Era día de feria. Los varones iban delante, tranquilo el paso, inclinando el cuerpo a cada mo­vimiento de sus largas piernas torcidas, deforma­das por los rudos trabajos: por el esfuerzo sobre el arado que obliga al mismo tiempo a levantar el hombro izquierdo y desviar la cintura; por la siega con hoces, que hace apartar las rodillas para mejor afirmarse en tierra; en una palabra, por todas las labores lentas y penosas del campo. Sus blusas azu­les, almidonadas, brillantes, como barnizadas, adornadas en el cuello y los puños por una orla de hilo blanco, infladas en torno del torso robusto, pa­recían globos listos para volar, de los que salían una cabeza, dos brazos y dos piernas.

Unos iban tirando de una vaca o de un terne­ro. Y las mujeres, detrás del animal, le fustigaban las ancas con ramas que aún conservaban las hojas, para apresurarlo. Ellas llevaban al brazo anchos canastos de los que asomaban cabezas de pollos por aquí, cabezas de patos por allá. Caminaban con pa­so más corto y más vivaz que el de sus hombres, con los torsos envueltos en mantoncillos gastados, abrochados sobre el pecho plano con un alfiler; pañuelos blancos a la cabeza, y sobre los pañuelos, un bonete.

Luego pasaba una carretela, al trote sacudido de un jamelgo, agitando extrañamente a dos hom­bres sentados uno al lado del otro, y una mujer al fondo del vehículo, a cuyo borde se agarraba para evitar los bamboleos.

En la plaza de Goderville había una muche­dumbre, una verdadera barabúnda de animales y de seres humanos revueltos. Los cuernos de los bue­yes, los altos sombreros de pelo de los campesinos ricos, surgían por encima de la asamblea. Y las vo­ces chillonas, bulliciosas, formaban un clamor con­tinuado y salvaje que interrumpía a veces una car­cajada lanzada por él pecho robusto de algún labrie­go contento o por el largo mugido de una vaca ama­rrada junto a una casa. Todo aquello olía a establo, a leche, a estiércol, a paja y sudor; despedía un sa­bor agrio, desagradable, humano y bestial, caracte­rístico de la gente de campo.

Máese Hauchecorne, de Breauté, acababa de llegar a Goderville, y se dirigía hacia la plaza, cuando vio en el suelo un trozo de delgado cordel. Maese Hauchecorne, económico como buen nor­mando, pensó que todo tenía una utilidad, y se agachó trabajosamente, pues sufría de reumatismo. Cogió el cordelito, y se disponía a enrollarlo cui­dadosamente, cuando vio al umbral de su puerta a maese Malandain, el guarnicionero, que le miraba. Otrora, habían tenido discusiones acerca de un ron­zal, habían quedado disgustados y ambos eran ren­corosos. Maese Hauchecorne sintió cierta vergüen­za de haber sido visto por su enemigo buscando entre el barro un pedazo de cordel. Escondió pron­tamente su hallazgo en la blusa y luego en el bol­sillo de su pantalón; después hizo como que aún buscaba algo en el suelo, algo que no encontraba, y en seguida se fue hacia él mercado, baja la cabeza, curvado por sus dolores.

Pronto se perdió entre la muchedumbre gritona y lenta, agitada por los interminables rega­teos. Los campesinos palpaban las vacas, iban y ve­nían, perplejos, siempre miedosos, sin decidirse, es­piando de reojo al vendedor, tratando sin térmi­no de descubrir la trampa del hombre y el defecto de la bestia.

Las mujeres habían colocado ante ellas sus grandes canastos, y sacado las aves que yacían en él suelo, amarradas las patas, asustados los ojos, rojas las crestas. Escuchaban proposiciones, man­tenían sus precios, seco el ademán, impasible el ros­tro; o bien, de súbito, aceptando la rebaja impuesta, gritaban al cliente que se alejaba despacioso:

—Ya está, maese Anthime, se lo dejo.

Luego, poco a poco, la plaza se despobló, y ha­biendo sonado el Ángelus de mediodía, los que vi­vían lejos se diseminaron hacia las posadas.

En casa de Jourdain, la sala grande estaba repleta de comensales, tanto como el ancho patio de vehículos de toda clase, carretas, carretelas, tar­tanas, cabriolés, tílburis, innumerables carroma­tos y carricoches, llenos de barro y suciedad, defor­mados, arreglados, alzando al cielo, como dos bra­zos, sus varales, o bien la parte delantera en tierra y la trasera en alto.

Junto a los campesinos, sentados a las mesas, la inmensa chimenea, llena de un fuego claro, arro­jaba un vivo calor en las espaldas de los que esta­ban al lado derecho. Tres asadores daban vuel­tas, cargados de pollos, palomas y piernas de car­nero; y un grato olor de carne asada y de chorrean­te jugo, saliendo del hogar, iluminaba la alegría y humedecía las bocas.

Toda la aristocracia del arado comía allí, en casa de maese Jourdain, posadero y chalán, un pi­llastre que había hecho mucho dinero.

Los platos pasaban y quedaban vacíos, como los jarros de sidra amarilla. Cada cual contaba de sus negocios, de sus compras y sus ventas. Se daban noticias de las cosechas. El tiempo era bueno para
las hortalizas, pero un poco pesado para el trigo.

De pronto, redobló el tambor, en el patio, an­te la casa. Todo el mundo se puso de pie, salvo al­gunos indiferentes, y corrió hacia la puerta, a las ventanas, con la boca llena y la servilleta en la ma­no.

Cuando hubo terminado su redoble, el prego­nero gritó con voz entrecortada, recalcando las frases de un modo torpe:

—Hago saber a los habitantes de Goderville, y en general a todas las personas presentes en la feria, que se ha perdido esta mañana, en el camino de Beuzeville, entre las nueve y las diez, una car­tera de cuero negro, que contiene quinientos fran­cos y papeles de negocios. Se ruega la lleven a la Alcaldía, inmediatamente, o a casa de maese Fortu­nato Houlbréque, de Manneville, y se le darán vein­te francos de recompensa.

Luego se fue. Una vez más se oyó a lo lejos el redoble sordo del tambor y la voz debilitada del pregonero. Entonces se empezó a hablar de este suceso, enumerando las probabilidades que tenía maese Houlbréque de encontrar o no su cartera. Y la comida terminó.

Se acababa de tomar el café, cuando el briga­dier de la gendarmería apareció en la puerta, y preguntó:

—Maese Hauchecorne, de Breauté, ¿está aquí? Maese Hauchecorne, sentado a la otra punta de la mesa, respondió:

—Aquí estoy. Y él brigadier:
—Maese Hauchecorne, tenga la bondad de acompañarme a la Alcaldía. El señor alcalde quie­re hablar con usted.
El campesino, sorprendido, inquieto, se tomó de un trago su copa, se levantó y más curvado aún que por la mañana, pues los primeros pasos después de cada comida eran particularmente difíciles, se puso en camino, repitiendo:
—Aquí estoy, aquí estoy.
Y siguió al brigadier.

El alcalde lo esperaba sentado en un sillón. Era el notario del lugar, hombre gordo, grave, de frases pomposas.
—Maese Hauchecorne —le dijo—. Esta maña­na le vieron a usted cuando recogía del suelo en el camino de Beuzeville la cartera perdida por maese Houlbréque, de Manneville.

El labriego, desconcertado, miró al alcalde; ya se asustaba de aquella sospecha que caía sobre él, sin que supiera por qué.

—¿Yo? ¿Que yo he cogido del suelo esa carte­ra?
—Sí, usted mismo.
—Palabra de honor, pero si ni siquiera sabía nada de eso.
—Le han visto a usted.
—¿Que me han visto a mí? Quién me ha vis­to?
—El señor Malandain, el guarnicionero. Entonces el viejo recordó, comprendió y, en­rojeciendo de cólera:
—Ah, ¿conque me ha visto ese granuja? Lo que me ha visto recoger es este cordelito, señor, alcalde.

Y buscando en el fondo de su bolsillo, sacó el pedazo de cordel.
Pero el alcalde, incrédulo movía la cabeza.

—No me va a hacer creer usted, maese Hau­checorne, que el señor Malandain, que es un hombre digno de fe, tome esa cuerda por una cartera.

El campesino, furioso, alzó la mano, escupió a un lado para atestiguar su honor y repitió:

—Sin embargo, ésta es la verdad del buen Dios, la santa verdad, señor alcalde. .¡Por la salvación de mi alma, se lo juro!

El alcalde continuó:

—Después de haber recogido el objeto usted estuvo rebuscando por un rato en el barro por si se había escapado alguna moneda.
El buen hombre se ahogaba de indignación y de miedo.
—¡Que se puedan decir... , que se puedan de­cir mentiras como ésa para calumniar a un hombre decente! ¡Que se puedan decir tales cosas!

Fue inútil que protestara. No le creían.

Le carearon con Malandain, que repitió y man­tuvo su afirmación. Se injuriaron durante una ho­ra. Registraron a pedido propio a maese Hauche­corne. No encontraron nada sobre él.

Por fin, el alcalde, perplejo, le dejó ir, previ­niéndole que iba a avisar a la policía y pedir órde­nes.

La noticia se extendió. A su salida de la Alcal­día, el viejo fue rodeado, interrogado con una cu­riosidad ya seria, ya burlona, pero en la que no en­traba la menor indignación. Y él se puso a contar la historia del cordelito, y nadie le creyó. Reían.

Allá iba el hombre detenido por uno y otro, deteniendo él a sus amistades, reiniciando el relato de sus protestas de inocencia, mostrando sus bolsi­llos vueltos, para probar que no tenían nada.

Le decían:

—¡Anda, anda, viejo ladino!

El se enojaba, se exasperaba, enardecido, de­solado de que no le creyeran, no sabiendo qué ha­cer y contando todo el tiempo su historia.

Llegó la noche. Era preciso partir. Se puso en camino con tres vecinos a los que mostró el sitio donde había encontrado el trozo de cuerda; y por todo el camino habló de su aventura.

Dio una vuelta por la aldea de Breauté, pa­ra contárselo a todo el mundo. No encontró sino incrédulos.

Y pasó enfermo toda la noche.

Al día siguiente, a eso de la una, Marius Pau-melle, mozo de labranza de maese Bretón, cultiva­dor de Ymauville, devolvía la cartera y su contenido a maese Houlbréque, de Manneville.

Este hombre decía haber encontrado la carte­ra en el camino; pero no sabiendo leer, la había lle­vado a casa y se la había entregado al patrón.

Corrió la noticia por los alrededores y le fue co­municada a maese Hauchecorne, quien se puso in­mediatamente a circular y a narrar su historia, completada con el desenlace. Triunfaba.

—Lo que más me dolía —decía— no era tanto la cosa, comprendan ustedes; era la mentira. No hay nada que moleste más que ser mal mirado a causa de una mentira.

Todo el día hablaba del asunto, lo contaba por los caminos a la gente que pasaba, en el cafetín a los que bebían, a la salida de la iglesia el domin­go siguiente. Paraba a los desconocidos para decír­selo. Ahora estaba tranquilo, y, sin embargo, algo le molestaba, sin que él supiera exactamente lo que era. Parecía que se burlaban al oírle. No se con­vencían, por lo visto. Se le antojaba sentir comen­tarios a sus espaldas.

El martes de la semana siguiente se fue a Goderville, movido solamente por la necesidad de con­tar su caso.

Malandain, de pie a su puerta, se echó a reír al verle pasar. ¿Por qué?

Se acercó a un granjero de Criquetot, que no le dejó terminar y, dándole un golpecito en el vien­tre, le dijo:

—¡Anda, viejo pillastre! —Y se alejó.

Maese Hauchecorne se quedó desconcertado y más y más inquieto. ¿Por qué le habían dicho "vie­jo pillastre"?

Cuando se sentó a comer, en la posada de Jourdain, se puso a explicar el asunto.

Un chalán de Montevilliers le gritó:

—¡Vamos, vamos, viejo sabihondo, que yo co­nozco muy bien la historia de tu cordelito! Hauchecorne balbució:

—¿Y qué más quieres saber? ¿No fue en­contrada la cartera?

Pero el otro respondió:

—Calla, calla, abuelete. Uno la encuentra y otro la devuelve. Ni visto ni sabido. Dejémonos.

El campesino se sofocaba. Por fin comprendía. Le acusaban de haber devuelto la cartera por me­dio de un cómplice, de un compinche.

Intentó protestar. Todos los comensales se echa­ron a reír. No pudo concluir su comida y se fue, entre las burlas de los comensales.

Volvió a su casa, avergonzado e indignado, ahogado por la cólera y la confusión, tanto más ate­rrado cuanto que era capaz, con su pillería norman­da, de hacer lo que le atribuían y de vanagloriarse de ello como de una buena jugada. Su inocencia se le parecía como imposible de probar, siendo conoci­da su malicia. Se sentía herido en el corazón por la injusticia de la sospecha.

Y comenzó a contar de nuevo su aventura, alar­gando el relato cada día más, añadiendo cada vez nuevas razones, protestas más enérgicas, juramen­tos más solemnes, que preparaba e imaginaba en horas de soledad, con el espíritu ocupado solamente en la historia del trozo de cordel. Y le creían tanto menos cuanto más complicada y sutil era su argu­mentación.

—Esas son razones de mentiroso —decían a su espalda.

El lo oía y esto le quemaba la sangre, y se ago­taba en esfuerzos inútiles. Adelgazaba a ojos vis­tas.

Los bromistas le hacían contar, ahora el "cuento del cordelito" para divertirse, como se hace contar la batalla a un soldado que ha estado en la guerra. Su espíritu, tocado en lo más hondo, se debilitaba.

Hacia fines de diciembre, cayó en cama.

Murió en los primeros días de enero, y en el delirio de la agonía, protestaba de su inocencia, repitiendo:

—Un cordelito. . . , un cordelito.. . Ahí lo ve usted, señor alcalde...

FIN

APELLIDO OYANEDER















APELLIDO OYANEDER

En honor a la verdad los OYANEDER no somos muchos. Eso confirma la regla que de lo bueno…poco. El origen de nuestro apellido viene de las lejanas tierras vasco navarras, en las orillas del mar Cantábrico. Allí están Alava, Biskaia, Guipúzcoa y más a la derecha del mapa español, Navarra (Nafarroa).

Los Oyaneder aparecemos en la lista de apellidos con escudo heráldico e historia. También estamos en el listado de apellidos contenidos en el Nobiliario de la Valdorba y dentro de los 1645 caseríos de Guipúzcoa. El apellido original no era Oyaneder, dado que la Y no existe en el euskara. Era OIANEDERRA. Y estaba formado por dos componentes:

OIAN-OIHAN : BOSQUE y EDERRA-=EDER: HERMOSO
OIHANEDERRA: EL BOSQUE HERMOSO
Localización del apellido NAFARROA
Extensión del apellido DONOSTIA/SAN SEBASTIAN/GIPUZKOA
La raíz OYA se encuentra presente en varios apellidos lo que indudablemente nos convierte a todos en vecinos del mismo bosque:


Oya: «Bosque». Oyabehere: «Parte inferior del bosque». Oyagüe: «Límite del bosque». Oyalzabal, Oyazabal: «Bosque extenso». Oyanalde: «Junto al bosque». Oyanburu: «Bosque principal». Oyaneder: «Bosque hermoso» Oyanederra: «El bosque hermoso». Oyangoiti: «Parte alta del bosque»; «Arriba del bosque». Oyanguren: «Límite del bosque». Oyanune, Oyayume, Oyambe: «El vado del bosque». Oyarbide: «Camino del bosque». Oyarce: «Bosque de alisos». Oyarate: «Entrada al bosque». Oyarte: «Entre bosques». Oyarzabal, Oyharcabal «Bosque plano, espacioso». Oyarzu, Oiarzo, Oyarzun «bosque o paraje silvestre».

El apellido OYANEDER en Chile apareció por el siglo XVI y cabe mencionar que al igual que lo sucedido con otros apellidos Urzúa (Ursua); Adriasola (Odriozola); Goycoolea (Goicolea); Mandiola (Mendiola); Yrarrázaval (Irarrazabal); etc. el nuestro también ha sufrido cambios y variaciones: OYANEDER, OYADENEL, OYADENER, OYAMEDEL, OYANADE, OYANADEL, OYANADER, OYANARTE, OYANEDEL, OYANEDELL. Esto puede deberse a que antiguamente el registro de partidas de nacimientos y muertes de personas se hacía en las iglesias y bastaba una equivocación en un apellido para que eso afectara a toda la descendencia.

DOCUMENTOS QUE HACEN REFERENCIA A LOS OYANEDER

DOCUMENTO 1
CASA-PALACIO OYANEDER EN PERU

“Pocos son los datos que poseemos sobre este edificio hecho el año 1536 en la calle Mayor, por Juan Martínez de Oyaneder; obra de una idea la más caprichosa, y donde se reconoce el gusto de nuestros antepasados a todo lo que era hacer respetables sus edificios; aunque fuese con la pensión de vivir entre luces y tinieblas”. En las adiciones a las “Noticias” del señor Llaguno se la localiza y describe como “una casa en la calle mayor, saliendo de la iglesia principal hacia la mano derecha, que se distinguía de todas las demás por la multitud de entallos, bichas y otras labores del gusto y estilo plateresco con que estaban adornados los cuatro cuerpos, que contenía su fachada. En el frontispicio de ella había un escudo de piedra, como lo era toda la obra: estaba grabada en ella una inscripción que decía así: Pedro Martínez de Oyaneder me fecit 1530”.


A pesar de la notoriedad de la casa de Perú y de la importante capacidad económica que habría de tener su constructor, Pedro Martínez de Oyaneder, éste apenas ha dejado rastros en la vida política y económica de la villa. Sabemos por su testamento, otorgado el 17 de agosto de 1544, que quiere ser enterrado en la capilla de San Roque del “claustro” de Santa María para la que encarga un retablo valorado en 80 ducados, dejando otros 120 ducados destinados al adorno de la capilla. Instituye por heredera universal a su única hija Catalina, que recibirá, además de los bienes inmuebles, 600 ducados que tiene de renta de juro en Sevilla y las numerosas piezas de plata de aparador que tiene en casa. Su hija Catalina, por testamento de 23 de octubre de 1548, dejará a su hijo Juanes de Oyaneder “las casas principales que labró y edificó el dicho mi padre en la dicha villa en la calle de Santa María”, más otras casas adyacentes adquiridas posteriormente, el caserío Oyaneder y unos manzanales en el camino a Hernani…”



DOCUMENTO 2
LA CASA OIANEDERRA

“ Es, por tanto, a principios del siglo XVI cuando la mejora de tercio y quinto comienza a utilizarse. La costumbre consuetudinaria guipuzcoana consiste en la donación del patrimonio raíz a un único heredero, recibiendo los otros hermanos sus legítimas, preferentemente en metálico… La donación inter vivos sin mención de mejora parece ser una fórmula anteriormente utilizada por los guipuzcoanos y todavía a comienzos del siglo XVI se utilizará en algunos casos, aunque debemos advertir, que si bien en los contratos matrimoniales se emplea la donación, los testamentos indican un mayor uso de la mejora de tercio y quinto. En realidad, a pesar de que la fórmula sea diferente, la práctica viene a ser la misma, ya que lo que se dona es la casa y sus pertenecidos, y el sistema de legítimas y renuncias es igual. Tal es el caso que para el contrato matrimonial de su hijo, Juan López de Basterrica, con Marina Sánchez de Carqui zano, Juan Ruiz de Irazabal, dueño de la casa de Basterrica, por sí y como conjunta persona de su mujer, doña Ana Pérez de Basterrica, le hace donación y dotación por casamiento entre vivos de los bienes de él y de su mujer: la casa solar de Basterrica con todos sus pertenecidos, molinos, ruedas, horno, huertas, solares, las dos casas que tienen en Azkoitia con todos los derechos que a la casa solar le pertenecen, la casa y casería de Larazconda, tierras y robledales de Areizpide, la casa y casería Oianederra con todos sus pertenecidos, todos pertenecientes a la casa solar, otorgando al nuevo matrimonio la tenencia y posesión de….”

DOCUMENTO 3
Recopilación de Mauricio Pilleux Cepeda

Narciso José Florentino Barceló Carvallo, b. Osorno 07 noviembre 1806, + fusilado 04 julio 1837; Cadete del Batallón N°6 en la expedición libertadora de Chiloé 1826, en que se distingue; Capitán 1837; fusilado por su implicación en el motín de Quillota; c.c. Mercedes Florín Palma. Viviano Antonio Barceló Carvallo, b. Cruces 02 diciembre 1808; Teniente del Escuadrón de Húsares; Ayudante Mayor del mismo cuerpo 1837; Capitán, Coronel 1871; c. I° San Felipe 18 octubre 1838 (licencia 28 febrero 1838) c. Dolores Oyaneder Pastén [b. San Felipe 11 noviembre 1871; h. José Antonio Oyaneder y Micaela Pastén]; c. II° Santiago (licencia 22 marzo 1871) c.
Mercedes Carvallo Olivares [h. José Ventura Carvallo Agüero y Margarita Olivares]. Hijos: Matilde Carvallo Oyaneder, n. San Felipe, b. San Felipe 23 noviembre 1839; c. I° San Isidro, Santiago, 09 junio 1854 (licencia 12 junio 1854) c. Clemente Antonio Ramírez Icarte [b. 05 enero 1823, + La Estampa, Santiago, 12 junio 1860; Capitán de Cazadores a Caballo; Distinguido 01 agosto 1842; Alférez 14 julio 1847; Capitán graduado 12 enero 1852; Comandante General de las Armas, Valdivia 02 noviembre 1857; con servicios distinguidos en el Ejército; avecindado en Santiago 1843; h. José María Ramírez y Henríquez, y Edivijis Icarte Jaramillo], 1 hijo; c. II° (licencia 22 septiembre 1866) c. Antonio María Montero [Subteniente al contraer matrimonio]. Descendencia del Iº está indicada en Clemente Antonio Ramírez Icarte. Francisco Carvallo Oyaneder, b. San Felipe; c.c. Cecilia Astaburuaga. Wenceslao Carvallo Oyaneder, Daniel Carvallo Oyaneder c.c. Josefina Ortiz, Elvira Carvallo Oyaneder, soltera. Edmundo Carvallo Oyaneder. Viviano Carvallo Oyaneder (2), Subteniente del Cuerpo de Asamblea; c. (licencia 26 junio 1865) c. Amelia Santelices Cerda [b. Catedral de Santiago, 25 febrero 1850; h. Vicente Santelices y Carmen de la Cerda y Santiago Concha]. Narciso Carvallo Oyaneder, c.c. Aurelia Basterrica Valenzuela. Fernando José Sebastián Carvallo Plaza de los Reyes (2), b. Cudico 25 febrero 1810, + Isla Quiriquina 1832…Clemente Antonio Ramírez Icarte (2), b. 05 enero 1823, + La Estampa, Santiago, 12 marzo 1860; Capitán de Cazadores a Caballo; Distinguido 01 agosto 1842; Alférez 14 julio 1847; Capitán graduado 12 enero 1852; Comandante General de las Armas, Valdivia 02 noviembre 1857; con servicios distinguidos en el Ejército, etc.; avecindado en Santiago 1843; c. San Isidro Santiago 09 junio 1854 (licenica 12 junio 1854) c. Matilde Carvallo Oyaneder [n. San Felipe, b. San Felipe 23 noviembre 1839; h. Viviano Antonio Barceló Carvallo y Dolores Oyaneder Pastén…

DOCUMENTO 4
EL ARQUITECTO OYANEDER

“Entretanto, tras la tercera confrontación con Francia (1536-1538), Gante se sublevaba en 1539 contra la gobernadora de los Países Bajos María de Austria, reina viuda de Hungría. En consecuencia allí se trasladó por vía terrestre Carlos I. En el trayecto, desviándose del Camino Real -que a la sazón eludía San Sebastián-, el 27 de noviembre inspeccionó las murallas -así el flamante cubo Imperial- y el puerto donostiarras, ambos en proceso de mejora. Acababa el emperador de prohibir que donostiarras sirvieran en el castillo de la Mota -sin guarnición fija hasta 1552-, a fin de no restar tropa a la milicia municipal, y de confirmar las ordenanzas de la Cofradía de Mareantes de Santa Catalina.
Probablemente fue recibido en la plaza de Armas (futura Vieja) y en el palacio de los Idiáquez, en la calle Mayor, donde apreciaría también la casa de Peru, levantada por un Oyaneder en 1536. Tal elección se debió a la nobleza del edificio, la confianza en su propietario -el secretario del Consejo de Estado el tolosano Alonso de Idiáquez- y la carencia de casa consistorial (usándose al efecto el sobrado de la iglesia de Santa Ana)…”


DOCUMENTO 5
Los encantos mineros del pintoresco Catemu (Por Danilo Torres Ferrari)

“La época del descubrimiento, diremos mejor, la época del pedimento de las minas enumeradas es: Santa Rosa 1815, descubridor Rosario Vega; Fortuna 1821, descubridor ñor Goyito Rojas; Changual 1822, Pérez Larraín i Oyaneder, Poza 1823, época en que la denunció don José M. Cea; Mantos 1840, época del denuncio por don José Santos García. Esta mina ha dado injentes cantidades de minerales; segun la estadística correspondientes a los años 1852 a 1883, ha producido de 1,500 a 1,600 cajones anuales con lei media de doce i medio a trece por ciento. Sus intelijentes capitales han sido nuestros buenos amigos don Pascual Soza i don Enrique Escudero. Desde el año de 1881, esta mina alimenta un horno sistema Pills, fusión instantánea, de ventilador Root, que funde de 900 a 950 quintales cada veinticuatro horas, de lei de cuatro, cinco i seis por ciento”. (Extracto de un artículo publicado en el "Boletín de la Sociedad Nacional de Minería", en septiembre de 1884).

DOCUMENTO 6
EL VISITADOR OYANEDER

"Expediente formado sobre la visita general de Minas de todas clases de metales y sus máquinas, pertenecientes al Real de San Rafael de Rozas, Provincia del Nuevo Partido de Cuzcuz, que da principio el 13 de Noviembre del año 1807 por el visitador dn. Juan de Oyaneder"

ESCUDO APELLIDO OYANEDER

En oro tres árboles, de sinople, puestos dos y uno.
Puedes descargar el escudo del siguiente link:

http://213.97.48.229/esp/GraEscudos.asp?c=S_ROV0MZ84Y&m=m3&n=Oyaneder&aral=big&mod=1


ESCUDOS DE GUIPUZKOA

Escudo cortado, 1º de gules, un rey al natural en su trono con una espada de plata en su mano derecha; medio partido de gules, doce cañones de oro sobre sus cureñas puestos en tres palos; y 2º de oro, tres tejos de sinople terrazados de lo mismo, y en punta un río con ondas de azur y plata. Timbre: Corona real abierta. Tenantes: Dos salvajes, uno por cada lado, y debajo la leyenda "Fidelissima bardulia nunquam superata".

(Articulo aportado por moyaneder@123mail.cl)



FOTOGRAFIAS

Escudos de Guipuzkoa



UNA RAMA DE LOS OYANEDER EN CHILE